EL CONFINAMIENTO
A 30 de marzo de 2020.
Hola hijos míos (descendientes de Adán). Espero que esto del
coronavirus y todo lo que está provocando deje de importunarnos pronto. Lo malo
es lo que nos trae la cola del coronavirus. De momento nos está dejando los
fallecidos y contagiados, como si fuese una gran epidemia de una nueva gripe A.
Pero al parecer este coronavirus es mucho más contagioso. Aprovecho para darles
mi pésame a los familiares de los que han caído en esta guerra contra nuestra
salud corporal. Pero lamento profundamente deciros que también es el comienzo
de una gran guerra espiritual, que terminará con la derrota del poderío de los
ángeles caídos y todos sus acólitos, compinches y de sus seguidores
incondicionales. Y si esto del coronavirus y lo que va a producir nos parece
fastidioso, y mortal para algunos, lo que nos espera, va a ser terrible
comparado con esto. Lamento tener que daros estas malas noticias, que lo son,
para todos y también para mí. Porque yo y mis familiares, también pasaremos por
lo mismo al igual que los demás. Pero este doloroso parto servirá para nacer de
nuevo. Y con un espíritu nuevo y unas nuevas emociones, sentimientos, pensamientos,
deseos y comportamientos, purificados, nos dedicaremos a levantar el
resplandeciente sol que alumbrará para siempre nuestras nuevas vidas. Entonces echaremos
la vista atrás y veremos un mundo derruido, destruido, destrozado, hecho añicos
y desolado.
Pero cuando nos demos la vuelta, con nuestras miradas
limpias de todo el polvo del pasado, tan solo verán la gloria de Dios y el gran
reino que nos aguarda. Y nos aguarda sin esperanza, porque en el reino de Dios,
ya no es necesaria la esperanza, porque tiene ya de todo lo bueno que se puede
esperar incluido. Y no carece de bien alguno. La esperanza y el soñar con
todos los bienes que un paraíso puede ofrecer, lo dejamos para el presente y
para darnos fuerzas para resistir humildemente, modestamente, mansamente,
dócilmente y con una gran resignación y tristeza, por todos aquellos que han
quedado atrás voluntariamente, porque así lo habían decidido libremente, según
sus deseos y comportamientos rebeldes hacia su Creador, que ha tomado para sí,
lo que le pertenecía. Y me refiero a las vidas caídas en la batallas y guerras
que con burla, mofa, desprecio, ofensa, sarcasmo, guasa, arrogancia y orgullo,
han desafiado a Dios y a los que le permanecían fieles. Pues nuestro Creador
como es justo, ha dado a todos las mismas oportunidades por igual a todos. A
todos por igual nos ha dado la misma libertad para elegir nuestros caminos en
la vida. A todos por igual, nos ha dado las mismas condiciones, las mismas
emociones, etc., para que las cultiváramos en el largo caminar sobre la Tierra.
Y nosotros, tan solo nosotros, con la misma libertad para decidir, escogimos
los adecuados caminos que nos conducirían a distintos destinos. Destinos que
desde el principio de los tiempos, nuestro Hacedor, nos indicó con suficiente
tiempo a donde conducía cada camino y, hacia qué destino conducía cada
camino. Como cuando entramos en una estación de autobuses, de tren,
aeropuerto, o puerto marítimo, y, sabemos el destino a dónde conduce cada
autobús, cada tren, cada avión o cada barco, y somos nosotros libremente
quien elige el billete de embarque, según el destino que preferimos, porque así
lo decidimos. Y, unos lo decidimos con humildad y sacrificio, esperanza y
fe, en un nuevo mundo, mientras que otros eligen sus destinos alegremente, con
desprecio, con burlas, cantos, fiestas y desafíos, no haciendo caso de que
están errados. De que están orgullosamente y arrogantemente equivocados, y se
dirigen a unos destinos donde sus autobuses caerán por tremendos precipicios
hacia el vacio. Y sus trenes entrarán por oscuros túneles sin fin. Y a sus
aviones les fallaran los motores estrechándose contra el suelo. Y su buques
naufragarán en la inmensidad del los océanos. Y nosotros los que hemos elegido
otro destino, no nos alegraremos y sufriremos, estaremos tristes y lloraremos,
porque entre todas estas víctimas habrá muchos de nuestros seres queridos. Se
quedarán muchos de nuestros seres queridos que por su propia voluntad han
decidido destinos diferentes. Pero nosotros sufriremos igualmente, al igual que
sufríamos, cuando de nosotros se burlaban, se mofaban, se reían de nosotros. Y
a nosotros entre sus cantos, fiestas y
desprecios, y borracheras, nos discriminaban, nos asqueaban, escupían y
perseguían. Porque al final, las cosas casi siempre, no son como empiezan, si
no como acaban. Y los que con lagrimas en los ojos de tristeza y dolor, nos
encaminamos hacia nuestro destino glorioso, lo vemos borroso, por el recuerdo
de todos aquellos que nunca lo verán. Por lo que no esteremos felices, hasta
que las lagrimas se sequen en nuestras mejillas. Porque no seremos felices al
momento, ni de momento, hasta que nuestras lagrimas sean limpiadas por la cálida
brisa del glorioso destino que empezamos a vislumbrar, atisbar, entrever y
distinguir, iluminado por un tierno y resplandeciente Sol, que no quema, pero
que nos calienta con alegría y gozo, con paz y amor, que penetra con sus rayos
en nuestras almas curando y cicatrizando, nuestras heridas por tantas batallas
perdidas. Porque nosotros en el anterior mundo, en ese mundo que ya había quedado
atrás, siempre éramos los vencidos y
derrotados. Y ahora sin embargo nos sentíamos cada vez más felices a medida que
nos acercábamos a ese Sol que no quema, si no que, nos calienta, cura, sana, e
ilumina nuestros rostros a medida que nos acercábamos a Él.
Atrás quedarán todos nuestros pasados. Pasados modernos y
antiguos. Nuestros pasados de sollozos y pequeñas alegrías, porque para los que
habíamos tratado de ser justos en esta Tierra, nunca terminaban de irnos las
cosas bien y siempre nos tocaba la peor parte del pastel, que nunca terminaba
de llegar a nuestras mesas humildes, cuando había mesas. Y de haberlas, siempre
nos tocaban las migajas que de ellas se caían al suelo, si antes no se nos
adelantaban los perros, gatos y los gorriones. Y, no por esto nos hacíamos más
fuertes ni se nos endurecían más nuestros corazones vivientes, tan solo se
hacían fuertes nuestros débiles e invisibles espíritus. Estos eran los que si
se hacían fuertes, porque no comían hambres de mesas, sino que sus alimentos
eran otros más sutiles y que no estaban en nuestros ojos del cuerpo, sino que
miraban desde dentro del alma. Miraban desde el interior de nuestros seres, a
donde no llegaban los sabrosos y tiernos alimentos, que se pudrían en las
tripas y que cubrían las mesas de los poderosos, de los arrogantes y
orgullosos, seres humanos que se creían en su ignorancia que eran más
importantes para Dios, que los humildes lastimeros y, rastreros esclavos de
este mundo. Pero lo importante de la vida y de nuestros destinos, no es como se
empieza, sino como se termina. Y, al final del camino, y todos con el estomago
vacio, unos se morirán de hambres, mientras que otros comerán de la despensa
que llena sus espíritus. Y la despensa de nuestros vigores nunca se agota y
además, guarda los más y tiernos alimentos que no se pudren en nuestras tripas
limpias y purificadas, de tanto ayuno de emociones, sentimientos, pensamientos,
pasiones, deseos y comportamientos, inadecuados a las circunstancias y
experiencias, con que hemos enfrentado nuestras aprovechadas o desaprovechadas
vidas. Porque unos se habrán aprovechado de las vidas de los demás, para
sentirse superiores, sentirse ricos, sentirse poderosos, sentirse jefes arrogantes, orgullosos
dirigentes, altivos y soberbios directivos, etc. Mientras que a otros les
tocaba ser los otros, simplemente los otros. Les tocaba humildemente ser los
demás. Les tocaba sencillamente ser nombres y números. Les tocaba ser los que
estaban ahí y por ahí, o, por allá. Pero como siempre, no es como se empieza si
no como se termina. Y como dije entonces y lo vuelvo a decir ahora:
(Jesucristo) “Los últimos serán los primeros”.
Cristo Maestro Andar.
Por favor, mandar a todo medio de comunicación,
colaboradores, políticos, religiosos, ONGs., etc. Porque Jesucristo ha
regresado a la Tierra. Traducir a otros idiomas. Muchas gracias. He vuelto:
ungranmonte.blogspot.com
NOTA: Bueno, espero que llevéis el confinamiento con paciencia.
Vosotros lo llevareis como acostumbráis en estos pasados quince días, mientras
que a nosotros nos han apretado un poco más nuestro confinamiento. Porque
pasamos de disponer y movernos por toda nuestra ala hospitalaria, a estar
confinados cada uno en su habitación. Sospecho que debió de aparecer algún
positivo en algún test en nuestra ala hospitalaria para que tomen estas
drásticas medidas hospitalarias.
Menos mal que no padezco de claustrofobia. Porque si hay
alguno que padezca de este traumatismo sicológico, lo va a pasar muy mal. Yo de
lo único que me puedo quejar es que la uña del dedo gordo del pie derecho, se
me encarno, o sea que, uno de los extremos de la uña por cortarla muy redonda y
muy corta, al crecer se me ha clavado en el dedo y me duele día y noche porque
me ha producido una pequeña infección. Y os digo que esto ha sido a propósito,
porque fui a la podóloga que viene al centro a, atender los problemas de los
internos y a cortar las uñas difíciles. Y como era ya la segunda vez que me las
corto, y, ya de la primera vez, me las corto muy cortas y en redondo, y se me
infectó, y también me pasó lo mismo que
ahora, pues, la segunda vez le insistí que no me las cortara tanto y me las
dejara rectas. Pues parece que lo hizo a propósito, porque, volvió a cometer el
mismo error que antes. Y ahora llevo quince días con bastante dolor debido a la
infección en el dedo, que hasta que crezca la uña lo suficiente, como para que
sobrepase la uña, la carne del dedo que tiene por delante, para así librarme de
este pequeño problema, pero grande molestia.
Espero que vosotros no lo paséis mal y, ahora y en lo que
viene, es donde tenemos que demostrar que de algo sirve y para algo vale,
nuestra poca fe y esperanza, en nuestro Creador. Y nuestra poca fe y esperanza,
que espera Dios de nosotros. No para
sentirnos superiores y festejarlo, con toda clases de manifestaciones ante las
crueles circunstancias que nos esperan. Si no con humildad y arrepentimiento,
por no haber sido mejores de lo que hemos sido. Amén.